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#AFRICANDO | Explorando Burkina Faso

Published on
Abril de 2018

- 1. #Uagadugú

¡Bam! Un fuerte golpe de calor me despierta del sueño. Como una ola de fuego, ondeante, bajo mis pies. La pantalla adherida al asiento de enfrente muestra un pequeño avioncito que sobrevuela, dirección sur, el vasto territorio del desierto del Sáhara. 
Aún medio aturdida, escucho como la voz metálica del piloto anuncia que queda poco para llegar a nuestro destino. Aún no me puedo creer que esté volando de lleno hacia el corazón del África occidental. #BurkinaFaso. Literalmente: "Tierra de hombres íntegros". Así la bautizó #ThomasSankara, el "Che Guevara" africano poco después de que el país conocido hasta entonces como "Alto Volta" dejara de ser una colonia francesa. Sin salida al mar, siempre fue tierra de paso entre los territorios de la costa atlántica y del Sahel. Tapiz multiétnico, rico en arenilla, algodón y árbol de karité. Y a pesar de ello entre los 10 países más pobres del mundo. 
Aterrizo en #Uagadugú, su capital y no puedo evitar recordar los titulares de hace un mes. Aquella #últimahora. Un atentado contra la embajada francesa y una base militar deja una treintena de muertos. El tercer ataque de corte yihadista en el país en apenas dos años. 
Me parece imposible estar en la capital de un país de 14 millones de habitantes. Una marea irregular de edificios bajos, viejos y destartalados. Carreteras sin asfaltar. Tráfico temerario. La tierra rojiza se convierte en una constante visual -y nasal-. El cielo es blanquecino y pesado. Y el bochorno es total. El termómetro del coche marca 42 grados centígrados. Estamos a escasos 12 grados del Ecuador, en el mapa terráqueo. 
Bienvenida a #Uaga. Salimos a cenar. Hombres acarreando metralletas y detectores de metal flanquean la puerta del local. Tras escanearnos con mirada seria de arriba a abajo nos dejan pasar. El sitio es idílico. Un restaurante-museo con arte local. Hay algo que me llama la atención, la mayoría, somos blancos, o "Nasará" como nos dirían en "mossi“, su idioma cooficial. Me explican que a raíz de los últimos atentados, los burkineses evitan los locales donde van los blancos. Somos los objetivos de los ataques. Una suerte de apestados privilegiados. Volvemos a casa, una villa en un barrio "bien" de la ciudad, salvaguardada 24 horas por un vigilante local. "Solo es así para algunos privilegiados", me explican. Hay algo que me araña la conciencia. Odio esa sensación. No es la primera vez que la piel blanca me da vergüenza ajena. Mañana me encaminaré a descubrir el sur. En el norte, por la creciente presencia yihadista, es demasiado arriesgado. Y yo, quiero despojarme de ese retrogusto amargo que me queda al darle las buenas noches al vigilante, quien no dormirá en toda la noche para salvaguardar mi culo blanco.
La idea es llegar por carretera hasta la frontera ghanesa. 

- 2. La #N5 con Halidou. O cómo un #roadtrip puede enseñarte tanto de un país por descubrir

"¿Ves ese camión?" Me pregunta Halidou apuntando hacia una camioneta sobrecargada de #tomates que circula a pocos metros delante de nosotros. “Aquí lo llamamos 'taxibus'”, añade mi guía. Fuerzo la vista para ver a través de la luna de su coche llena de polvo. Distingo una decena de personas sentadas a lo alto del camión. Oh. Y un poco más adelante, lo mismo, en otro camión. “Van hacia Ghana con los tomates*. Es una manera barata de viajar. Pagan 2500 CFA (unos 7€) para alcanzar la frontera y una vez allí 11000 (15€) para entrar en el país. Son jornaleros. Trabajan 3 o 4 días y vuelven a Burkina con su dinero”.

*Burkina es el 2º exportador de tomates del África occidental. Su tierra genera 300 mil toneladas al año de “oro rojo”, como ellos lo llaman.

Seguimos al "taxibus" hasta tomar la carretera N5, casi una línea recta que vertebra Burkina desde #Uagadugú hasta la frontera ghanesa. Arteria que transporta bidireccionalmente fragmentos desde y hacia el corazón de la realidad burkinesa, país de tránsito y sobre todo, de #tráfico. Hacia Ghana o Costa de Marfil bombea mano de obra barata, tomates y algodón. En dirección opuesta llegan naranjas, aguacates, material de construcción o cianuro (para la explotación de #oro).

Me sorprende que se vendan tantas botellas de #whisky o #ron en estanterías o carros a ambos lados de la carretera. "No, no. De alcohol no tiene nada", me espeta Halidou. "Eso es algo más valioso. Es #gasolina a bajo precio que llega desde Ghana. Y me señala un cartel del tenderete donde han escrito a mano 'TOTAL'.

"Todo sea por que parezca más profesional", dice guiñándome un ojo.
La N5 es también un renglón de asfalto que conecta la capital urbana con las poblaciones rurales del sur del país. La #agricultura de subsistencia y la #ganadería es la forma de vida del 80% de los burkineses.

A medida que gira el cuentakilómetros del todoterreno de Halidou, el color tierra comienza a conquistar nuestro horizonte visual donde a ambos lados de la N5 empiezan a aparecer pastizales y casas de barro y piedra, muchas sin acabar. “¿Y allí vive la gente?” pregunto atónita. “Mais, oui chérie!”, exclama Halidou asintiendo con la cabeza, “aquí cada uno se construye su propia vivienda con lo que puede y cómo puede. Compran el terreno y el material de construcción y se hacen la casa”. Entonces le cuento que a mí me recuerdan a las pequeñas construcciones de piedra repletas de paja que en #España utilizan los pastores para resguardarse cuando hay temporal. Para ellos, hoy, en 2018, esa casa es su #hogar

La realidad agrícola y rural se entremezcla con el pequeño negocio informal.

Minimarkets, tiendas de #telefonía, telas, ropa, muebles, motos, bicicletas (muchas, traídas con proyectos de #cooperaciónholandeses y alemanes),  "poissonneries", pescaderías, donde aunque escriban "fraîche" (fresco) lo único que venden es pescado seco. Un verdadero festín para las moscas. Como europea identifico marcas como: Orange, Western Union, Money Gram, Fanta y Nestlé. De esta última, sobre todo, omnipresente, #Nescafé

La marca reina del torrefacto soluble y único "café" que te podrás tomar al apearte en esta carretera burkinesa. Ingenua de mí, lo pedí con leche e incluso con cierta ironía me dieron a elegir: "leche en polvo o condensada, madame?".

Mi expresión boquiabierta parece divertir a Halidou. Ahora con su dedito descubridor, muy a lo Cristobal Colón, apunta a las 

motos que pasan en dirección contraria a toda leche. Algunas llevan un  cerdo amarrado a sus espaldas, otras, traen a cada lado del manillar un “ramillete” o mejor dicho, un plumero de gallinas degolladas listas para vender en la ciudad. Y es que por la N5 no sólo circulan coches, motos y bicis desvencijadas, sino mucha fauna ganadera que corretea y cruza temerariamente la carretera. La escasez de gatos y perros en este país se contrarresta con la presencia constante de cabras, pollos o vacas anoréxicas.

La #civilización se desvanece, lejana, tras el retrovisor. Y en cierto modo, parece que el tiempo, se esfume también. Cuanto más nos alejamos de la capital, el ritmo de vida comienza a frenar. Los animales duermen o comen plácidamente hierbajos y plásticos a ambos lados de la carretera. Las personas ralentizan el paso. Algunos se pegan una cabezadita a la sombra de sus casas o de algún árbol. El calor desértico me besa la cara y parece que en el coche esté entrando toda la #Sabana por la ventana. Y aún con el sofocante calor, la eterna gotita de sudor y la sensación de estar viajando en el tiempo y el espacio a una vetusta y calurosa galaxia, comprendo que experimentar muchas experiencias nuevas no me abruma ni me estresa. Todo lo contrario. Me calma y me relaja.

O... ¿será algo que tiene #África?

- 3. Time to wake up

Como si fueran soldados del tiempo. Puntuales. A dos bandas y al unísono. Por cada pasillo de la cabina irrumpen a azafatas, azafatos y carros. Son las 4 y media de la mañana. "¿Qué será para la señora: café, té, un zumo, tal vez?", me insta a responder la azafata de la Brussels Airlines mientras me entrega una cajita con galletas sobre la que está escrito "Time to wake up". Legañas en los ojos. Llevaba sólo dos horas durmiendo pero #Europa apremia. Acabamos de alcanzar la costa francesa. Me lo dice el mapa de la televisioncita del avión. Europa apremia, joder. Vuelvo a pensar.

Mientras le doy un mordisco a la galleta, sin apetito, obediente, mi mirada soñolienta, fija y ausente, mira sin ver el televisor y se pierde, lejos de ese avión, en un lugar repleto de sol. Como cuando uno se resiste a obedecer al despertador y uno se encoge bajo las sábanas, cerrando los ojos, tratando de volver a un sueño plácido. Mis pensamientos se sumergen negligentes en mis recuerdos de África. Los que llevo escribiendo en mi retina desde hace 15 días. #BurkinaFaso.

La luz cegadora del sol me despierta. Amanezco sobre el tejado de una casa tradicional de #Tiébélé, un poblado de la tribu Kassena en el sur del país, donde la historia y sus tradiciones se pintan sobre sus paredes de tierra arcillosa. No hay libros ni televisioncitas. Los hombres construyen. Las mujeres pintan para no olvidar: la importancia del nucleo familiar, los sacrificios, la veneración a los ancestros. La pobreza es extrema. Los baños son agujeros en la tierra. Pero sinceramente, no les parece importar. La vida ni se exprime, ni corre prisa. La línea temporal se experimenta, sin prisa pero sin pausa.
A mi alrededor, no hay más sonido que los rebuznos de los asnos, los balidos de las cabras o los cantos alegres de un grupo de niños. Horizonte. Sabana. Baobabs. Me regocijo recordando cuando me dormí sobre aquel tejado a la intemperie, sola e indefensa, a la merced de la naturaleza, de su absoluta voluntad, y de cómo me pareció, en medio de aquel desierto a oscuras, escuchar a través de la brisa, las olas del mar.

El viento, en la cara. En un salto mental, me transporto a la reserva natural de #Nazinga con más de veinte mil animales. Y viajo con una sonrisa de oreja a oreja, sobre aquel raudo 4x4, pelo al viento, cámara en mano, a la "caza" de elefantes, antílopes y papios.

Me golpean en el hombro. "¡Señorita, señorita! tiene que poner recto el respaldo del asiento, estamos a punto de aterrizar".
Vuelta a la realidad. Sobre mi regazo yace abierto el Financial Times. Un artículo crítica la impulsividad de Donald Trump y la inminente ofensiva en Siria. Es periódico de fin de semana, sin actualizar. Trump, Macron y May ya han bombardeado a El Assad. Me pregunto por qué cojones tenemos que meter nuestras sucias manos en tierras ajenas. Imperialismo post-colonial. ¿En qué momento creemos que tenemos todo el derecho a descargar nuestras bombas sobre sus cabezas?
Tenemos tan poco derecho cómo lo tenían los franceses para subordinar a países africanos como Burkina Faso. Hoy legitimamos su sumisión y la explotación de sus recursos a golpe de tomahauks y de terrorismo financiado. Poco ha cambiado. 

Me giro y la mujer en mi diagonal se ha quedado durmiendo con un libro que pone "What if your Whole Life was based on Lies?" - ("¿Y si toda tu vida estuviera basada en mentiras?").

Asiento en silencio y con mirada compasiva, pienso: sí, señora, sí. La nuestra en Occidente, seguro que sí.

Como en un eco, me llegan unas sabias palabras que me dijo Halidou sólo unos días antes con el techo de una noche estrellada en medio de la nada: "en Europa tenéis tanto de todo que no apreciáis nada" Y es cierto. Creemos que tenemos todo, pero son burdas mentiras.
Ellos viven más de verdad. Aman más de verdad. 
Como me dijo un militar español que lleva 30 años enamorado en el continente africano. "Nosotros tal vez tenemos el reloj, pero ellos, ellos son los dueños del tiempo".

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Fotografía de portada: La sonrisa de Yuslen de 11 años del poblado de Po, al decirle que con su uniforme del cole estaba muy guapo.